A la hora de juzgar la calidad de un vino, no debemos fiar nuestra conclusión a la mera sensación inmediata e individual que este desencadene en nuestros paladares al probarlo. Ni siquiera después de varios tragos será el gusto propio e intransferible de un catador inexperto un criterio válido para calificar a un caldo como bueno o malo. Al contrario, se debe tener en cuenta una serie de parámetros universalmente compartidos por los grandes expertos en vino, estudiosos del gusto cuyo juicio pocas veces resulta apelable por aquellos que escucha sus recomendaciones y condenas sobre los caldos.
¿Cómo reconocer un buen vino?
Algunos de los factores que nos informarán acerca de la calidad del contenido de la botella a estudiar son:
El color.
Este debe guardar correspondencia con el tipo de caldo en cuestión. Los blancos jóvenes suelen ser de tonalidad amarilla pálida, algo verdosa. Los tintos suelen adquirir un tono más rojizo a medida que envejecen, desde la coloración violácea o azulada de su juventud.
La opacidad.
Entroncando con el punto anterior, este factor nos dará una idea sobre lo que se denomina el "cuerpo" del caldo y, generalmente, con su antigüedad. A medida que se evaporan el alcohol y agua del caldo y permanece el extracto original de la uva, el sabor que este carga consigo se hace más intenso; y, por tanto, con frecuencia, más deleitoso para aquel que se halle probando la botella.
El aroma.
Debe corresponder a los sabores que nos brindará, finalmente, la cata. Así pues, la presencia en el olor de indicios de fruta pasada, vinagre, corcho, ecos ácidos o químicos... es una señal de que esos elementos indeseables serán los que encontremos al beber de la copa y, por tanto, la botella que hemos comprado no es buena.
El sabor.
La cata del caldo debe arrojar al paladar todos los factores y matices que determinarán si el juicio del catador respecto a lo probado será favorable o desfavorable. El bebedor, finalmente, afronta con su gusto la esencia del jugo que ha escogido y esta deberá demostrarse como perfecto balance de todos los factores (sin que el sabor a alcohol o vinagre, la acidez... se superpongan más de lo necesario a los sabores de la uva fermentada); además de demostrar sus virtudes y matices placenteros, a fin de obtener de él un veredicto favorable. Un buen caldo, para librarse de la calificación de "plano", debe presentar varias capas de aromas y sabores que plazcan y sorprendan al catador.
La longitud de la sensación.
Un buen caldo debe hacer permanecer en el paladar del bebedor sus cualidades y virtudes durante el máximo tiempo posible. El vino, jugo ancestral, no debe ser, en su experiencia sensorial, un placer efímero y volátil; sino un deleite duradero, complejo y que permita a su destinatario su correcta asimilación y valoración y disfrute reposado y calmo, así como su mezcla con otros placeres frecuentemente simultáneos, como la gastronomía o conversación.
En definitiva, una pequeña guía sobre cómo reconocer el buen vino y disfrutar de él.
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